AMAR AL PRÓJIMO
Hay dos cosas que nunca deberíamos hacer: primero, esperar sentirnos como en casa en este mundo, porque nuestra ciudadanía está en los cielos (Fil.3:20); segundo estar pensando tanto en el cielo que se nos olvide como vivir en la tierra. Los principios de la sal y de la luz enseñados por el Señor, nos demanda que influyamos e iluminemos a otros, por su bien y por el Señor. Eso significa comprometerse a hacer las cosas mejor en el hogar, en el trabajo, y en todas tus empresas. Si las únicas personas que te preocupan de verdad son las de tu congregación, tu sal no está sazonando ni tu luz resplandeciendo en la oscuridad. El mandamiento de Cristo de “amarás a tu prójimo” abarca a aquellos que no son tan dignos de amor. Solo amas cuando añades valor a sus vidas.
Preocuparnos por los demás incluye cosas como que valoremos a las personas de verdad, sirviéndoles antes de que ellos nos sirvan, crecer y desarrollar tus talentos para ponerlos al servicio de los demás, escuchando sus historias, sus sueños y anhelos, haciendo que sus éxitos formen parte de tu misión. Al final cuando acabes tu vida te darás cuenta de que todos los logros materiales que hayas conseguido se convertirán en polvo, sin embargo las relaciones que has realizado, serán las que te recuerden por el resto del tiempo. Dios ama a las personas, no a las cosas. Invierte tu vida en las cosas que Dios valora y de esa manera también tu te sentirás realizado como hijo o hija de Dios.
Luciano Arévalo
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